Un amor encarnado es aquél en que dos o más personas establecen entre ellas un puente que les aúna en una comunidad de personas en la que comparten una intimidad que les trasciende. El amor encarnado por antonomasia es el amor en cuya virtud se establece entre dos personas una relación familiar que se caracteriza por el hecho de compartir alguna de las líneas sistémicas de intimidad familiar.
El enfoque narrativo de la realidad familiar se convirtió en mí en una exigencia epistemológica cuando leí la frase del papa Francisco en la que decía que "el criterio de realidad de una palabra que se encarna y siempre busca encarnarse es esencial para la Evangelización" (Evangelii Gaudium, 232). Se trata de una frase que no tiene desperdicio: es un criterio de realidad que pone en el centro los conceptos de palabra y de carne y establece el principio de la gratuidad como perspectiva hermenéutica.
Las palabras pueden encarnarse, pero también pueden encarnizarse. Las primeras son vehículo de narrativas de comunión; las segundas, de narrativas de poder y de conflicto. Distinguir los amores por sus frutos es tarea del analista narrativo autobiográfico.