El nacimiento es un símbolo, es decir, es a la vez un hecho biológico (epifanía de la persona) y el principal y más relevante acto jurídico, consistente en “hacer nacer” a una persona (Hadjad, 2015).
La palabra natalidad tiene dos significados principales: el técnico o sociológico, que aparece en los diccionarios, y el político.
El significado técnico o sociológico: “La natalidad es el índice o proporción de nacimientos que se dan en un lugar y en un tiempo determinado. El índice de natalidad, junto con el índice de mortalidad, sirven para evaluar el nivel de crecimiento de una determinada población, lo que permite prever problemas y necesidades futuras y diseñar políticas acordes para enfrentarlos” (Significados.com)
El significado político, en cambio, no se basa en el hecho del nacimiento sino en el significado contenido en él. Lo que sucede en cada nacimiento es mucho más que un número en una estadística: aparece en escena el protagonista, la persona. La misma palabra “apariencia” cambia de significado gracias al nacimiento humano: deja de ser una palabra negativa, opuesta a la realidad (las apariencias engañan, se suele decir), para ser la realidad humana por excelencia. Por ser personas, cada una con su libertad y su mundo interior, nos movemos entre apariencias y tejemos narrativas de comunión en las que aquéllas son respetadas sin ser juzgadas.
La natalidad es la raíz de nuestra capacidad de actuar libremente y de comenzar algo nuevo, es decir, de no estar completamente determinados por el pasado o por la naturaleza. Esto es lo que hace que cada ser humano pueda influir en el mundo y transformar el curso de los acontecimientos. Este poder de inicio es, para ella, uno de los aspectos más valiosos de la acción humana.
El significado político de la natalidad se atribuye a san Agustín, que intuyó que en el nacimiento todo tiene su comienzo, pero ha sido Arendt (2003) quien ha puesto en la natalidad un fundamento político de toda sociedad, puesto que el nacimiento “no es el comienzo de algo, sino de alguien que es un principiante por sí mismo” (p. 201). A ella se debe en buena medida el abandono del concepto de naturaleza y su sustitución por el de natalidad. Según Arendt (1964), desde Platón hasta la debacle de la humanidad en los campos de exterminio, la filosofía política se basaba en la naturaleza y era en definitiva una filosofía de muerte, mientras que la política sólo puede basarse en la natalidad y en la vida. Por eso no permitía que se le denominara como una filósofa política.
El paradigma de la natalidad presenta las siguientes características
Es un paradigma prevalentemente atencional e inclusivo, de forma que se fundamenta en la renuncia a efectuar juicios determinantes (de tipo ético) acerca de la vida de las personas. En consecuencia comporta el perfeccionamiento por parte del trabajador social de las habilidades y competencias socioemocionales que le permitirán atender a las personas sin género alguno de prejuicios.
Es un paradigma también de carácter referencial, puesto que el nacimiento desvela su dimensión ecológica humana y con ella sus lógicas: litúrgica, dialógica, genealógica.
Es un paradigma de naturaleza familiar, puesto que la mediación entre la persona y la sociedad se realiza concretamente en la familia, donde se generan las primigenias relaciones familiares. Y éstas se experimentan en primer lugar en el nacimiento, donde la vida es dada y recibida gratuitamente.
Invita a adoptar planteamientos sistémicos y a evitar la pretensión de los trabajadores sociales de creerse constructores de la realidad: El consenso se consigue a través de las narrativas de comunión, mientras que las de servicio tienen carácter mediador. Para Cobb, “‘la construcción del consenso’ es pariente del totalitarismo y destruye la natalidad” (Cobb, 2016, p. 320). El trabajador social facilita que aquellos que tienen la palabra y la acción construyan el consenso social, sin excluir a nadie.