En Familia Inclusiva asumimos el planteamiento filosófico de Mounier, filósofo francés y principal exponente del personalismo, para quien la persona no puede ser encerrada en una definición estricta y cerrada. Intentar definirla es, en cierto modo, traicionarla. Esta postura no surge de una imprecisión conceptual, sino de una profunda convicción sobre la naturaleza misma del ser personal. Las razones de esta "indefinición" son varias y están interconectadas:
1. La Persona es un misterio, no un problema. Mounier distingue entre un "problema", que es algo que se puede analizar objetivamente, descomponer en partes y resolver, y un "misterio", que es una realidad en la que uno está inmerso y que no puede ser objetivada completamente. La persona, para él, es un misterio. No es un objeto de estudio que podamos colocar frente a nosotros para analizarlo fríamente. Somos personas, vivimos la experiencia de ser persona, y por tanto, cualquier intento de definición desde fuera será siempre incompleto.
2. La Persona es un ser en constante movimiento y superación. Una definición, por naturaleza, fija y delimita. Sin embargo, para Mounier, la persona es fundamentalmente un ser dinámico, un "ser hecho para sobrepasarse". La existencia personal es una aventura, una vocación, un proyecto en constante realización. Definir a la persona sería como intentar fotografiar un movimiento: se captura un instante, pero se pierde la esencia misma del dinamismo. La persona no "es" algo estático, sino que "se hace" a través de sus elecciones, sus compromisos y su capacidad de superarse a sí misma.
3. La libertad como característica esencial. La libertad es el núcleo de la persona en el pensamiento de Mounier. Somos seres libres, capaces de elegir y de construir nuestro propio destino. Una definición cerrada implicaría un determinismo que choca frontalmente con esta libertad radical. Si pudiéramos definir completamente a una persona, conoceríamos de antemano sus límites y posibilidades, lo que anularía el drama y la grandeza de la elección personal. La indefinición es, por tanto, el espacio necesario para que la libertad pueda desplegarse.
4. Riqueza inabarcable y creatividad. Mounier consideraba que la riqueza y la creatividad del ser humano son tan vastas que no pueden ser encerradas en ningún "cuadro de nociones generales". Temía que al intentar construir un sistema filosófico cerrado sobre la persona, se cayera en el mismo error del racionalismo y el idealismo, que acababan por ahogar la vitalidad y la singularidad de la existencia concreta. La persona siempre desborda cualquier categoría que intentemos imponerle.
5. La indefinición como defensa ante la cosificación. En el contexto histórico de Mounier (el auge de los totalitarismos fascistas y comunistas), definir a la persona de manera rígida era un paso previo para poder manipularla, clasificarla y, en última instancia, utilizarla como un mero instrumento o "cosa" al servicio del Estado o de una ideología. Al insistir en su indefinición y en su carácter de "absoluto", Mounier establece una barrera fundamental contra cualquier intento de cosificación o instrumentalización del ser humano.
En resumen, cuando Mounier habla de la "indefinición" de la persona, no aboga por la ignorancia o la vaguedad. Al contrario, nos invita a una forma de conocimiento más profunda y respetuosa: la descripción y la comprensión a través de la experiencia vivida. En lugar de una definición estática, propone explorar las dimensiones que constituyen la vida personal: la encarnación (nuestra existencia corporal y situada en el mundo), la vocación (el llamado a ser nosotros mismos) y la comunión (nuestra apertura y relación constitutiva con los demás).
Por lo tanto, para Mounier, la persona no se define, se describe; no se captura en un concepto, se encuentra en el compromiso y en la relación. Su "indefinición" es la mayor defensa de su dignidad, libertad y misterio.
El concepto de "persona", fundamental en la filosofía, el derecho y la teología, ha recorrido un largo y sinuoso camino desde sus orígenes etimológicos en el teatro griego hasta las complejas formulaciones contemporáneas. Su definición ha sido moldeada por debates teológicos, profundas reflexiones filosóficas y los desafíos éticos de cada época. Un informe sobre sus principales acepciones revela una evolución fascinante que abarca desde la máscara del actor hasta el sujeto de derechos y dignidad.
La palabra "persona" proviene del latín persōna, que a su vez se cree que deriva del término etrusco phersu. Originalmente, persōna se refería a la máscara que utilizaban los actores en el teatro de la antigua Grecia y Roma. Esta máscara no solo servía para caracterizar a un personaje, sino también para amplificar la voz del actor (per-sonare, "sonar a través de"). Por lo tanto, en su sentido más primigenio, la persona era el personaje representado, el papel que se desempeñaba en la escena.
El sentido etimológico es particularmente importante para ligar la noción de persona a su "epifanía", es decir, a la voz con la que pronuncia y expresa su intimidad. En este sentido, la natalidad es el principio atencional por excelencia porque supone la exigencia ética de escuchar la voz de todos los nacidos.
El concepto de "persona" adquirió una profundidad y una significación completamente nuevas con el desarrollo de la teología cristiana. En los primeros siglos del cristianismo, los teólogos se enfrentaron al desafío de articular la doctrina de la Trinidad: cómo Dios puede ser uno y tres al mismo tiempo. Para resolver esta aparente contradicción, recurrieron al término "persona".
Fue Tertuliano, en el siglo III, uno de los primeros en aplicar el término latino persona para distinguir al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En este contexto, "persona" no se refería a una máscara o a un individuo autónomo en el sentido moderno, sino a una "subsistencia" o una "relación" distinta dentro de la única esencia divina. Así, se afirmaba que en Dios hay una sola naturaleza y tres personas distintas. Esta innovación teológica sentó las bases para una comprensión más abstracta y relacional del término.
La definición filosófica clásica de persona fue acuñada por el filósofo romano Boecio en el siglo VI. En su obra "De duabus naturis et una persona Christi" (Sobre las dos naturalezas y la única persona de Cristo), Boecio definió a la persona como "substantia individua rationalis naturae" (sustancia individual de naturaleza racional).
Esta definición fue fundamental durante toda la Edad Media y el Renacimiento, y sus elementos clave son:
Sustancia: Se refiere a aquello que existe en sí mismo y no en otro.
Individual: Indica que es algo concreto, distinto e incommunicable.
De naturaleza racional: Es el rasgo distintivo que eleva a la persona por encima de otros seres vivos. La capacidad de razonar es lo que le confiere su estatus especial.
La definición de Boecio estableció un paradigma duradero, al vincular la personalidad a la racionalidad y a la individualidad sustancial.
Con la llegada de la Modernidad y el giro hacia el sujeto, el concepto de persona experimentó nuevas y profundas transformaciones.
John Locke, en el siglo XVII, desplazó el énfasis de la sustancia a la conciencia. Para Locke, la persona es un "ser pensante e inteligente dotado de razón y de reflexión, que puede considerarse a sí mismo como sí mismo, la misma cosa pensante, en diferentes tiempos y lugares". La identidad personal, por tanto, reside en la continuidad de la conciencia, en la memoria que une las experiencias pasadas y presentes.
Immanuel Kant, en el siglo XVIII, aportó una dimensión moral fundamental al concepto. Para Kant, la persona es un fin en sí misma y no un mero medio para los fines de otros. Esta dignidad intrínseca se deriva de su autonomía, de su capacidad para darse a sí misma la ley moral a través de la razón práctica. La persona es un sujeto moralmente responsable, digno de respeto incondicional.
En el siglo XX, las corrientes existencialistas y personalistas enfatizaron la dimensión relacional e intersubjetiva de la persona.
Martin Buber sostuvo que la persona no existe en el aislamiento, sino en la relación "Yo-Tú". Nos constituimos como personas a través del encuentro auténtico con el otro, en un diálogo que nos confirma mutuamente en nuestra existencia.
Emmanuel Levinas fue aún más lejos al proponer que la subjetividad se funda en la responsabilidad por el otro. La presencia del "rostro" del otro me interpela y me constituye como sujeto ético. Soy persona en la medida en que respondo a la vulnerabilidad y a la demanda del otro.
En la filosofía contemporánea, el debate sobre la persona se ha extendido a cuestiones bioéticas complejas. Filósofos como Peter Singer han desafiado la noción tradicional, argumentando que el estatus de "persona" no debería ser sinónimo de "ser humano". Singer propone que la personalidad se define por ciertas capacidades como la autoconciencia y la capacidad de sentir placer y dolor. Desde esta perspectiva, algunos animales no humanos podrían ser considerados "personas", mientras que ciertos seres humanos que carecen de estas capacidades (como los fetos o individuos en estado vegetativo persistente) no lo serían, lo que ha generado intensos debates éticos.
En definitiva, la noción de "persona" ha evolucionado desde una designación externa (la máscara) a una comprensión de la interioridad, la conciencia, la dignidad y la relación con los demás. Sigue siendo un concepto central y dinámico, cuya definición continúa siendo objeto de un profundo y necesario diálogo filosófico.
Cada una de estas etapa arroja una luz específica sobre una noción poliédrica y mistérica:
1) La voz, de su sentido etimológico: -personare- puesto que a través del sonido y ex-auditu accedemos a la realidad del otro y por medio de la fe o confianza nos abrimos a su intimidad.
2) La relación: de su sentido teológico, puesto que esta noción fue clave para abrirnos al misterio del Dios cristiano: un Dios familia y encarnado.
3) El sujeto: la noción de sujeto de la acción fue clave en la definición boeciana y en el intento de construir sobre ella la cultura cristiana (medieval), aunque en cierto modo se pagó el precio de reducir el misterio en la noción metafísica de naturaleza (modernidad).
4. La comunidad: la persona humana no es un individuo, es decir, un caso del concepto universal- sino un ser social que construye realidades que trascienden el mundo físico, que crea mundos. La cultura moderna fue víctima de las dos vertientes del error de esta hipóstasis: la creación de personas jurídicas al servicio de intereses individuales (capitalismo) y el intento de superar el individualismo a través del socialismo (colectivismos). El personalismo identificó con claridad el error de las ideologías: la construcción del "sujeto social" sin el sujeto personal, es decir, sin la persona.
5. Los procesos: al no ceder a la tentación de definir la persona, es posible atender al concepto clave de la posmodernidad: los procesos que requieren del tiempo para que se manifiesten las personas y las comunidades. Concretamente, por lo que respecta a la resolución de conflictos es necesario comprender su naturaleza procesal, distinguiendo los que tienen carácter morfogenético (procesos naturales, vitales, proximales, autocompositivos), de los que presentan una naturaleza homeostática (procesos jurisdiccionales, procesos conflictivos).
En este post exponemos la evolución del concepto jurídico de persona, desde el Derecho romano hasta nuestros días.
Las personas no son contadas sino que son narradoras por excelencia. La personas es siempre un sujeto que goza de dignidad por el nacimiento.
Durante muchos siglos, la cultura occidental -con raíces en el derecho romano y en el Evangelio- empleó una expresión muy acertada para designar lo que hoy llamaríamos un colectivo de individuos.
Una universidad de personas era la expresión empleada para subrayar la singularidad de cada persona al mismo tiempo que se indica el hecho de que conforman una unidad. La abstracción es la unidad. La realidad es cada persona "incluida" y no integrada en la abstracción.
La modernidad ha preferido convertir a las personas en "abstracciones" y trabajar sobre colectivos, porque resulta funcionalmente rentable y útil.
El día en que las personas fueron degradadas a la condición de objetos del conocimiento, se produjo una fractura en el universo y también en el sujeto pensante del universo. Las Universidades están llamadas a recuperar la unidad perdida del único universo que existe, todo entero en cada persona nacida.
Hemos afirmado en esta página el carácter mistérico de la persona humana, que no es posible definiir por su condición de sujeto y su irreductibilidad al mundo de los objetos.
El aspecto mistérico culmina en la noción del logos y la comprensión del ser humano como alguien que tiene palabra.