Maternación y paternación son dos neologismos que describen el proceso por el que una mujer o un hombre, de forma individual o con un proyecto compartido, deciden ser padres de otra persona.
Así como la filiación es la acción y el efecto de afiliarse, siendo la respuesta que el hijo da a la entrega de sus progenitores al reconocerlos como tales; la maternación y la paternación es una acción que se inicia en el momento en que la madre y/o el padre deciden recorrer el camino que conducirá eventualmente al establecimiento de la relación filial. Decimos que es un proceso, puesto que sólo se consumará en el momento en que el hijo reconozca la naturaleza maternal/parental de dicha acción.
La aplicación del paradigma de atingencia exige considerar la necesidad de que la filiación no se pueda dar por realizada hasta el momento en que la persona del hijo la determine con su voluntad. Mientras esto no suceda, la maternidad o la paternidad son presuntas.
La modernidad ha convertido la filiación en un constructo en el que el "hijo" tiene la última palabra, puesto que la filiación le viene impuesta. Paradójicamente, sólo sería hijo quien hubiese realizado la acción de filiarse.
El occidente cristiano quiso que ningún niño se quedara sin madre: así se acuñó el dicho "mater semper certa est".
Se trata de un ejemplo claro de falacia naturalista, puesto que no siempre es cierto.
La maternidad es un proceso que se inicia cabalmente en el momento en que el hijo o la hija reconocen a su madre. Hasta ese momento existe un proceso que no es el de la maternidad sino el de la maternación.
El hijo empieza a ser cabalmente hijo cuando se relaciona con sus padres desde el efecto de su filiación, es decir, desde su voluntad de ser hijo.
Para entender los conceptos (no los constructos) no hay nada mejor que verlos encarnados.
Confiemos que Anita Sandra consolide con la aceptación de su abuela/madre la relación que ésta inició y que de momento es un caso emblemático de maternación subrogada.