Un constructo de naturaleza social, legal o científica que, tras el análisis crítico o la deconstrucción, se revela carente de fundamento fáctico o legitimidad intelectual, pero que persiste en el discurso o la práctica institucional debido a la inercia, la tradición o su utilidad para el sostenimiento de una estructura de poder.
Este neologismo tiene carácter peyorativo, razón por la que no es legítimo su uso si no existe una investigación científica que lo avale. No sólo por demostrar la ausencia de un fundamento racional ni tampoco por el hecho de que sostenga una estructura de poder, sino principalmente porque el constructo presenta una dimensión no sólo falaz sino dañina de la salud mental de las personas. Eso ocurriría cuando las narrativas autobiográficas se edificaran sobre el cimiento del distructo, de forma que se vería comprometida la agencia ética y jurídica de las personas.
No existe una palabra que exprese la realidad que se pretende definir. Un constructo social que no es creado desde la atingencia de la personas o de las familias, sino desde instancias de poder y repercute en la agencia ética de aquéllas, al estar relacionadas con asuntos que "tocan" la intimidad personal y familiar.